05 El monasterio

© José Manuel Alfaro

05

Cuando descolgué la mochila de los hombros anochecía y me llegó de repente un enorme cansancio. Llevaba desde mediodía caminando, siempre cuesta arriba, con la mirada fija en el sendero, encorvada. La pendiente a veces era tanta que tenía que ayudarme con las manos. También noté ahora cómo me dolían.
         Si hubiera podido elegir, nunca me habría quedado en un sitio como este por la noche; hay algo en el silencio que me asusta. Pero a esta altitud baja bastante la temperatura y no me vendrá mal dormir bajo techo.
         Tengo hambre. Pero no creo que pueda ponerme ahora a sacar algo para cenar. La cantimplora está vacía. Me bebí toda el agua que quedaba cuando llegué. Mañana lo primero que hay que hacer es buscar dónde llenarla. Tiene que haber alguna fuente o algún pozo. Los monjes siempre supieron elegir los mejores sitios para edificar sus conventos. Hasta dicen que son lugares con una energía especial, que se cruzan aquí no sé que líneas magnéticas bajo tierra. De lo que estoy segura es de que al amanecer veré un paisaje asombroso, con el río allá abajo marcando el valle. Y los árboles desde arriba. Me encanta ver los árboles desde arriba.

No supo en qué momento se quedó dormida.
     Ahora notaba cómo unas manos le desabrochaban la camisa y le acariciaban los pechos y el cuello, lentas. Se hubiera despertado de no ser por el cansancio tan grande, y por la suavidad extrema de aquellas manos que ya la habían dejado desnuda y acariciaban sus piernas. Notó también unos labios perfumados que rozaron los suyos. Luego, y no supo por qué, notó que el cuerpo echado sobre el de ella no le pesaba y quiso abrazarlo. No se dio cuenta de que estaba excitada, más excitada que nunca, ni de que estaba deseando con toda su alma aquel cuerpo que no conocía, cuando sintió cómo la penetraban con infinita dulzura. Alcanzó un estado de gloria que no hubiera soñado. Fue entonces cuando sus manos recorrieron la espalda del cuerpo tan liviano que ya amaba y descubrió que estaba acariciando unas enormes alas de plumas largas y suaves que desprendían una fragancia de agua, como el perfume de las fuentes.

Cuando con la primera luz del alba abrió los ojos, el ángel se había ido.


                                                                                                                                                 © Manuel López Rey

Comentarios

  1. Recomendación: antes de leer el texto, pulsar sobre la fotografía; observarla detenidamente; luego pulsar atrás en la barra de navegación; ahora leer la historia.

    Se aceptan y agradecen todos los comentarios.

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  2. La fotografía extraordinaria. La escena inquietante. Es increíble cómo el cuento transmite esa misma atmosfera de inquietud y suspense para llegar a un desenlace "divino". Enhorabuena a los dos.

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    1. Gracias, Berta. Te confieso que esta ha sido una de las fotografías más difíciles para mí; precisamente por la fuerza de la atmósfera que transmite la escena, tan bién retratada por Alfaro. Saludos.

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  3. preciosa historia; magnifica foto. Sencillamente: Sois la hostia. Pero trabajar un poco más, que sois muy vagos.

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  4. Es culpa mia que estoy liado, pero hay más fotos pendientes de enviar.

    Gracias por vuestros comentarios.

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  5. Buenisima foto por lo que transmite y puede sugerir, para un relato de nuevo sorprendente.

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  6. Joder, Luciano, así da gusto. Con un lector/observador como tú se le sube a uno el "pavo". Muchas gracias.

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  7. Esta sí que me ha gustado. La foto es una maravilla y la historia preciosa, no se puede contar mejor lo que debe ser hacer el amor con un ángel...

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  8. Jajjajajja, no te hagas ilusiones, que los ángeles no existen. Saludos.

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  10. La primera parte de la historia, me es muy familiar y me identifico con ella, por mi declarada devoción como peregrino ( laico ), La segunda, simplemente me sorprendió. La foto estupenda, una realidad chocante. el motivo por el que se construyó la nave y el uso que se pretendía dar, el culto, y el destino final, reposo de los barriles, seguramente de vino, que el tiempo también dejaron en desuso.

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    1. Sí, seguro que de vino; pero si como escritor caminaba por ahí, sería muy obvio. Traté, como siempre, de volar... Gracias por estar y comentar.

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