04 El trampolín

© José Manuel Alfaro

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Mi apariencia es la de un tipo enclenque. Siempre ha sido así, aunque en realidad he gozado de una estupenda salud e incluso me atrevo a asegurar que nadie me ha considerado un hombre débil en ningún sentido. Pero en aquellos años de mi adolescencia era, para todos, simplemente un enclenque. Hasta mi madre me lo repetía. Por eso sé que nunca hubiera conseguido que Ana se fijara en mí de no ser por el trampolín.

Papá mantuvo el secreto hasta el final; nadie en la casa supo qué le mantenía tantas horas en el garaje durante las últimas semanas. Tampoco por qué había hecho esos cuatro agujeros tan profundos a un lado de la piscina. Aprovechó nuestro viaje al pueblo para terminar su obra. Más tarde caí en la cuenta de que a mamá sí se lo había contado todo, de lo contrario la hubiéramos oído protestar porque él no quisiera acompañarnos a casa de la abuela. Volvimos el domingo, cuando el sol ya se había puesto y el viento de abril movía las copas de los árboles que rodeaban la casa, por eso nos fuimos a la cama sin saber nada de la nueva instalación.

El lunes, cuando mi hermana y yo llegamos del instituto, el viento había amainado y lucía un espléndido sol de primavera. Mamá había montado la mesa en el jardín para que comiéramos afuera, como si quisiera alargar nuestra estancia en el pueblo, y además se la veía contenta, pero ni mi hermana ni yo nos dimos cuenta de lo que papá había hecho. Y cuando mamá se levantó de la mesa para traer el arroz con leche y canela que había preparado de postre, alcé la mirada, y hasta tuve que entornar los ojos para asegurarme de lo que estaba viendo: allí, junto a la piscina, estaba el trampolín, que brillaba de limpio y nuevo.

No había pasado una semana y ya dominaba a la perfección una tanda de figuras que yo mismo me había inventado; controlaba al milímetro la elasticidad de la tabla y era capaz de elevarme en el aire hasta casi tres veces mi estatura. Claro que para conseguirlo me había pasado horas y horas al sol, por lo que aquel verano estaba más moreno y mis músculos, que nunca se desarrollaron, al menos se habían definido tan notablemente que mi aspecto nadie diría que era exactamente el de un chico enclenque.

Por eso, en la fiesta de cumpleaños de mi hermana, me atreví a exhibirme encima del trampolín. Hasta que noté cómo se fijó en mí la mirada más azul, más dulce y más maravillosa de la chica más guapa del instituto.

Ahora encuentro la misma dulzura en los ojos de nuestra hija, iguales a los de su madre. Hemos decidido que vamos a pedir que nos instalen un pequeño trampolín en la piscina.


© Manuel López Rey

Comentarios

  1. Recomendación: antes de leer el texto, pulsar sobre la fotografía; observarla detenidamente; luego pulsar atrás en la barra de navegación; ahora leer la historia.

    Se aceptan y agradecen todos los comentarios.

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  2. Después de leer el anterior, me estaba esperando cualquier cosa: que el pobre chico se escalabrara en el trampolín. Otra vez sorprendente y muy tierno.

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    1. Aunque aquí aparecen pocos comentarios, en otros sitios enlazados ha habido muchos que han comentado lo mismo. Gracias, Berta. Saludos.

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  3. A mí me ha pasado lo mismo. Me temía que el pobre chico se descalabrara por culpa del trampolín; incluso que se matara, porque Manuel siempre va hasta las últimas consecuencias. Y una vez más me sorprende con esta historia de amor adolescente que se convierte en el amor de toda una vida. Volví a la foto. Es impresionante. los dos estáis demostrando ser un tanden súper súper bien avenido.

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  4. Como habéis podido ver Mri. Carmen y Berta hay veces que Manuel deja gente viva, es lo bueno de sus cuentos, pueden ser crueles o tiernos, con fantasmas o ángeles, con sexo y con violencia. Su cabeza es una tómbola y no sabes como pueden acabar las cosas, cada vez me gusta más trabajar con el.

    Gracias amigo.

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  5. Jajajaja, pues claro que dejo gente viva... lo que ocurre que también me fascina la muerte, el asesinato, el dolor...; todo lo que alberga la parte más oscura del hombre es en general de interés para mí; y especialmente de interés literario.
    Gracias a tí, Alfaro. Ya sabes que me encanta trabajar contigo (tantos años ya), y que ahora estoy disfrutando con este libro.
    Saludos.

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  6. Ja, ja, ja. Comparto las opiniones anteriores, me ha sorprendido el remate final, no menos imprevisto, por lo acostumbrado que nos tienes con tus historias. Seguro que disfrutabas de un día dichoso y en armonía.

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    1. Jajajjajaj... No sé con certeza por qué se me considera un escritor que atiende a lo peor del ser humano, o de la vida de ese ser (bueno, sí lo sé). Pero me apetecía hacer un juego, y parece que ha resultado. Gracias por comentar. Saludos

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