© José Manuel Alfaro
07
A Gonzalo Torné,
por su amor a los colores.
Podían haberme venido a la mente otros recuerdos, pero no sé por qué este ha permanecido siempre intacto y luminoso.
El abuelo fue un hombre callado, pero alegre y cariñoso conmigo. Le encontraba en su único nieto sentido al futuro. Hasta dicen que sus huesos y su ánimo recuperaron la juventud perdida, así, de repente, cuando cesaron los gritos de mi madre y pudo oír claramente a la comadrona decir: ¡Aquí está su hijo! ¡Rubio como su padre!
Desde entonces el abuelo dedicó todo su tiempo a mi crianza; a esa parte que no es la comida, el sueño o el vestir. Jugaba conmigo todos los días. Cuando se cansaba, me alzaba hasta lo más alto del muro para sentarme a su lado y me contaba cuentos despacio, como si buscara las palabras removiendo en la memoria, porque eran historias verdaderas.
Y me contó la de mis padres y la de casi toda la familia; historias de la aldea y de otros lugares lejanos a donde el abuelo había ido de joven.
Pero con lo que más disfrutaba era con las historias de pesca, como la que hablaba de cuando estuvo más de tres años esperando cada día a que picara en su anzuelo la trucha más vieja de la poza verde del río.
Había pescado toda su vida y sabía del tiempo y de cómo el sol y la luna marcaban las horas mejores. Cuando contaba de pesca, yo me quedaba inmóvil y atento, allí sentados, que de tan inmóvil y tan juntos podía oír cómo su respiración se acompasaba con los murmullos del río.
Llevaba siempre el abuelo un pañuelo muy grande que sacaba del bolsillo para secarse la cara. En primavera el pañuelo era de un verde luminoso casi amarillo, como algunos limones. En invierno, marrón oscuro entre grises y negros, como la lluvia. Y durante el otoño llevaba uno aún más grande que sigue guardado en el baúl del portal, de cuadritos amarillos casi dorados, de los marrones del cobre y de un azul vahído, como los reflejos del agua. Cuando le pregunté a mi madre por qué el abuelo tenía tantos pañuelos me dijo que se lo preguntara a él. Me aseguró que los colores son muy importantes y que las truchas ven los colores de las cosas, que por eso saben a qué altura del río se encuentran; saben por los colores cuándo las orillas son pradera y campo de cigarras saltarinas. O cuando son monte cerrado, lleno de moscas y mariposas marrones. Por eso las truchas no se perdían en el río, me decía, porque conocen los colores de las cosas.
Tuve que hacerme mayor para comprender lo que el abuelo me contaba sobre las estaciones del año, los pañuelos y el mirar de las truchas.
Algunas tardes, después de pescar, nos sentábamos juntos en la punta del embarcadero, con las piernas colgando sobre el agua, para escuchar sus asombrosas historias. Cuando alguna trucha se acercaba tranquila hasta quedar casi debajo de nuestros pies, enarbolaba el pañuelo en el aire para que yo aprendiera lo de los colores y lo de los ojos de las truchas.
–Ves... –me decía–, no se ha asustado; eso es por el color del pañuelo, igual al de los árboles de las orillas del río.
© Manuel López Rey
Recomendación: antes de leer el texto, pulsar sobre la fotografía; observarla detenidamente; luego pulsar atrás en la barra de navegación; ahora leer la historia.
ResponderEliminarSe aceptan y agradecen todos los comentarios.
La fotografía es preciosa al igual que el cuento que nos regalas. Me encanta la dedicatoria. Gonzalo ama los colores y los colores lo aman a él.
ResponderEliminarUn abrazo.
Manuel, mi emocionado agradecimiento por dedicarme este texto que tanto me ha llegado. Mirar y saber ver.
ResponderEliminarEs todo un honor que mi nombre quede ligado a él.
Un abrazo
Aunque ya lo he hecho en otros sitios online, no quería dejar de responder a este comentario tuyo aquí.
EliminarPara mí sí que es un honor que lo sea para ti que tu nombre quede ligado a este cuento. No imaginas lo que admiro tu obra y a ti. Muchas gracias por aceptar esta dedicatoria.
Un abrazo.
Gracias Verónica. Amo la vida. Sin amor no se vive, como mucho se mal sobrevive.
ResponderEliminarBesos
Cautivador como siempre, Manuel, en tus textos y en tu persona. Y preciosa fotografía del compañero José Manuel. Seguid deleitándonos con vuestras imágenes y vuestra prosa, que falta nos hace en estos tiempos que corren... Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Carmen, por tus apreciaciones. La verdad es que las fotos son extraordinarias. Alfaro trabaja un naturalismo que aporta a sus fotos un aire de inquietud que las hace muy sugerentes y literarias; por eso creo que este proyecto irá ganando con cada página nueva. Por mi parte, haré lo que pueda.
EliminarSaludos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLa foto y el cuento son sencillamente hermosos. Hacen que uno viaje con la imaginación y se ubique en ese instante de los pies colgados en el agua, tan fresca que se siente el frío entre los dedos.
ResponderEliminarSaludos,
Rafael Baralt
Gracias, Rafael, por tus apreciaciones y por el comentario. He descubierto que sigues mi blog (INéDITO), lo que también te agradezco. Puedes hacerte seguidor de este (La historia que no se ve) en la barra vertical del lateral derecho; y aquí te dejo el enlace a mi página de Faceboock www.facebook.com/LopezReyManuel.
EliminarSaludos desde España.
La curiosidad me ha hecho buscar a Gonzalo Torné en Google y me he quedado de piedra ¡Vaya pedazo de artista! no me extraña que tenga tantos premios y reconocimientos. Y de esta historia qué puedo decir... me parece un cuento redondo, diría que perfecto. Menudo libro estáis preparando. Enhorabuena.
ResponderEliminarAsí es, Gonzalo es un gran artista, y para mí un honor contar con su amistad. Gracias por el comentario. Saludos.
EliminarEstoy de acuerdo con los comentarios: redondo el cuento y la simbiosis foto-cuento. Voy a ver quién es el afortunado Torné.
ResponderEliminarGracias por comentar. Saludos.
Eliminar¡Los colores...! ¿Cuánta paz trasmite!. Enhorabuena, Manuel. Sabes que te sigo.
ResponderEliminarGracias, Lorni. La verdad es que la foto es extraordinaria. No sé qué tiene Alfaro pero es capaz de fotografiar el aire, y sus olores y sus colores. Me alegra tenerte por aquí. Un abrazo.
EliminarBueno, qué decir; aquí está toda la literatura de Manuel, la que hace traspasar lo cotidiano para convertirlo en exclusivo y a la vez en universal. Enhorabuena a los dos, la foto es magnífica.
ResponderEliminarEfectivamente, la foto es magnífica. Gracias por seguirnos y comentar. Saludos.
EliminarGracias de nuevo a todos por seguir nuestro blog y por todas vuestras apreciaciones.
ResponderEliminarEn cuanto a Gonzalo Torné es un honor poder contar con un MAESTRO entre nuestros seguidores.
Muy buena fotografia y muy buena la historia, me alegra haber encontrado este blog, aqui le envio la direccion de mi blog, espero la visite y me dele algun comentario de su opinion http://sergiosognatore.blogspot.com/
ResponderEliminarHola, Sergio. Gracias por tu visita a este blog y por tu comentario. He visitado tu blog (los dos) y veo que estás trabajando en ellos, por lo que no he podido hacerme una idea definitiva de lo que acabará siendo, sobre todo el que dedicas a tus fotos. Más adelante, cuando consideres que está terminado, vuelve a contactar y por supuesto te daré mi opinión. Saludos.
EliminarTranquilidad y sosiego es lo que me transmite, tanto la foto como el relato, en este caso muy coherente, fabulosos ambos.
ResponderEliminarSigue así, por favor; tus comentarios engrandecen nuestro trabajo. Y cuando alguna página no te agrade, expresa igualmente tu opinión; seguro que con ella aprendemos algo. Saludos. (No olvides colocarte sobre la barra negra vertical de la derecha de la pantalla; allí está "Seguidores/Participar en este sitio". Será un honor tenerte ahí. Gracias.
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