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© José Manuel Alfaro |
03
En la primera foto que le mostraron se veía una parte del pequeño jardín de la casa. Le dejaron que la mirara detenidamente, como habrían de hacer con las siguientes fotografías que habían seleccionado para esta sesión. Lucas la observó sin inmutarse; luego colocó las manos sobre la mesa y la cogió para acercársela más a los ojos; fue entonces cuando en su cara se pudo vislumbrar un tenue reflejo de nostalgia.
En la primera foto que le mostraron se veía una parte del pequeño jardín de la casa. Le dejaron que la mirara detenidamente, como habrían de hacer con las siguientes fotografías que habían seleccionado para esta sesión. Lucas la observó sin inmutarse; luego colocó las manos sobre la mesa y la cogió para acercársela más a los ojos; fue entonces cuando en su cara se pudo vislumbrar un tenue reflejo de nostalgia.
Le
gustaba la sensación de ingravidez y libertad que sentía al columpiarse y que
ahora recordaba. Le gustaba sobre todo mirar las punteras de sus zapatos cuando
se encontraban en el punto más alto, por encima de los árboles, con el cielo de
fondo.
Ángela,
su hermana pequeña, se columpiaba a su lado tratando de alcanzar la misma
altura, y el mismo vértigo. Lo único que le molestaba es que ella no paraba de
reír.
Le
retiraron la foto. Le mostraron ahora una del cuerpo de su padre, muerto.
Varios impactos de bala en el pecho y uno en la frente destacan rojos sobre el
pijama blanco que vestía. Lucas lo mira detenidamente. Nada en su cara revela
algo.
A
continuación le muestran la fotografía del cadáver de su madre que la policía
hizo minutos después de haber sido tiroteada; casi se perciben los últimos
latidos de su cuerpo, el borboteo de la sangre.
Por
último, colocan sobre la mesa una ampliación de la fotografía de su hermana
pequeña. Ángela está mirando a la cámara, asustada, con el camisoncito empapado
de sangre.
Nada.
Finalizada
la sesión, los psiquiatras forenses recogen las fotografía y abandonan la sala. El funcionario
encargado lo lleva de vuelta a la celda donde Lucas cumple condena por asesinar
a su familia el 7 de marzo de 1987.
© Manuel López Rey
Recomendación: antes de leer el texto, pulsar sobre la fotografía; observarla detenidamente; luego pulsar atrás en la barra de navegación; ahora leer la historia.
ResponderEliminarSe aceptan y agradecen todos los comentarios.
Me parece una historia magnífica y escalofriante su final y la foto me gusta mucho.
EliminarBRUTAL, ESTREMECEDOR... una maravilla de trabajo, chicos.
ResponderEliminarMuchs gacias.
EliminarSaludos.
Qué fuerte. Muy propio de la literatura de Manuel, siempre ocupado en la parte más oscura del ser humano. Pero muy bueno, la foto parece poco a primera vista; luego se observa y uno se puede dar cuenta que retrata infinitas historias posibles.
ResponderEliminarEscalofriante, cada vez que paso por esta casa (que es todos los días por estar al lado de mi casa) veo los fantasmas.
ResponderEliminarGracias Manuel.
Un saludo.
Conociendo el lugar como lo conozco, a partir de ahora lo veré con otros "ojos", la foto muy sugerente de nuevo, y el relato se complementan excepcionalmente. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, Luciano, por tu comentario. Creo que eres nuevo por aquí; si es así,bienvenido. Espero que observes el resto de las fotos y leas las historias; se agradecen los comentarios. Saludos.
EliminarComo alguien escribió, es escalofriante. Ya la foto intimida y un escalofrío recorre la espalda al observarla. Historias olvidadas, dramáticas, sentidas.... Se completa con el texto, muy tuyo, muy humano desesperanzado y oscuro. Bs
ResponderEliminarComo alguien escribió, es escalofriante. Ya la foto intimida y un escalofrío recorre la espalda al observarla. Historias olvidadas, dramáticas, sentidas.... Se completa con el texto, muy tuyo, muy humano desesperanzado y oscuro. Bs
ResponderEliminarQué alegría volver a encontrarte. Gracias por comentar. Un abrazo grande y un buen 2014.
EliminarDe la nostalgia a la indiferencia que columpia la irracionalidad, un salto mortal Manuel. Pero enhorabuena, lo conseguisteis.
ResponderEliminarSiempre me gusta escuchar tus comentarios; porque yo no los leo, los escucho, y con más facilidad si son de personas a las que les reconozco la voz, y la tuya se ha hecho reconocible para mí por tus magníficos relatos. Gracias por seguir aquí. Un buen 2014 y u abrazo grande.
EliminarEs difícil mantenerse como el protagonista y no mostrar ningún tipo de emoción frente a la crudeza de tu relato, Manuel..."excelefriante", si me permites acuñar el término. Un gran abrazo, y bravo por la mirada de José Manuel.
ResponderEliminarGracias, Hugo. Me ha encantado la palabra "excelefriante": eres un genio. Un buen 2014 y un abrazo grande.
EliminarMenuda historia. La he leído varias veces. El suspense es impresionante. Cuando luego ves la foto, da escalofríos, y eso que amí las fotos de este tipo no suelen gustarme, pero reconozco que hay que fotografiar la realidad tal como aparece, así que muy bien para los dos.
ResponderEliminarEfectivamente. El fotógrafo puede preparar el escenario que va a fotografiar, o bien disparar ante la realidad que se le presenta. Alfaro opta por lo segundo, aunque en su trabajo profesional también realiza fotos del otro tipo. Me alegra que te haya gustado. Saludos.
EliminarComo en los buenos chistes, el éxito para conseguir la risa es alejar el final, lo más posible, del relato inicial. Tú, Manuel, no has conseguido hacernos reir con esta historia, pero el resultado final ha sido el enfrentado a un buén chiste. Todo un éxito. La foto puede pasar inadvertida si se mira de pasada, pero al observarla detenidamente, con cada detalle, afloran en la imaginación, mil y una historias y no cómicas precisamente.
ResponderEliminarEnrique, esta es una de las fotos de Alfaro que más me gusta; por eso hay que mirarla con detalle, no solo ver que técnicamente es buena, sino que además retrata mucha historia: yo traté de contar una de las posibles. Gracias por comentar.
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